Hay que irse, vivir otras realidades y salir de nuestra zona de confort

Hace cuatro meses regresé a Barcelona después de una inolvidable experiencia como voluntaria en Nicaragua con la ONGD NICA, y desde entonces siempre he querido escribir algo sobre todo lo que hice, descubrí y sentí allí… y aunque ha pasado algo de tiempo, aún tengo todos los recuerdos muy frescos en mi cabeza.

Fueron sólo dos semanas, pero en ese tiempo hice, vi y aprendí tantas cosas, que me da la impresión de que estuve mucho más. Aun así, ahora me doy cuenta de que para hacer un buen proyecto de voluntariado lo ideal es irse, por lo menos, cuatro semanas. Pero, por otro lado, me he sentido tan como en casa desde el primer minuto, y los niños y profesores te cogen tanto cariño desde el primer día que, en realidad, y aunque me contradiga, lo bueno realmente es irse, el tiempo que cada uno pueda, pero hay que IRSE, VIVIR otras realidades y SALIR de nuestra zona de confort.

Creo que para la salud mental es muy bueno y necesario viajar a un país como Nicaragua de voluntariado; conocer su día a día, hablar con la gente local que, viviendo con muchos menos recursos y comodidades que nosotros, afrontan la vida con una sonrisa, comparten lo que tienen, no están amargados, no van con prisa, preguntan, escuchan y agradecen lo más importante que alguien puede darte: su tiempo.

Yo conozco NICA desde bien pequeña, ya que mi familia está muy implicada desde hace muchos años. Mis padres llevan 12 años organizando un mercadillo solidario de tres días en Segovia en el que todo lo que se recauda va para la ONGD y en el cual yo he ayudado varios años, pero no ha sido hasta mi experiencia personal que me he dado cuenta de la tremenda necesidad que tienen estos niños y sus familias de nuestra ayuda.

Cada mañana iba al Centro Cristiano Monte Horeb que está situado en uno de los barrios más pobres de Managua y donde imparten clase a 200 alumnos desde preescolar hasta secundaria. El principal problema de Monte Horeb, además de la precaria situación financiera de la mayoría de las familias que llevan a sus hijos a este centro, es su infraestructura. Las aulas son muy pequeñas, se distribuyen a lo largo de un estrecho pasillo y se encuentran pegadas unas a otras sin puertas ni aislamiento de ningún tipo, lo que dificulta la atención de muchos de los alumnos, especialmente de los más mayores.

Aun así, y tras realizar varias entrevistas a los alumnos de los cursos más avanzados, te das cuenta de que todos van a la escuela con muchas ganas de aprender y de poder tener un futuro mejor. Prácticamente todos tienen claro que quieren ir a la universidad al finalizar la secundaria, y que, si no obtienen una beca del Gobierno, trabajarán duro hasta que puedan pagárselo o al menos, hasta que puedan montar algo por su cuenta que les permita tener una casa y ayudar a sus familias.

Aparte del proyecto de Monte Horeb, la ONGD NICA lleva a cabo otro proyecto de suma importancia para el país que es el Hogar Pajarito Azul. Yo estuve centrada en Monte Horeb, así que el Pajarito Azul lo visité solo un día, pero pude ver la admirable tarea que llevan a cabo los más de 60 trabajadores del centro por el cariño, la entrega y la manera en que tratan a cada una de las 80 personas que viven allí, entre niños, adolescentes y adultos con diferentes discapacidades físicas y psíquicas, y situaciones de abandono o maltrato.

Si pudiera volvería mañana mismo, me alojaría en casa de Elena (la que nos acogió como si fuésemos de su familia) y repetiría el largo camino hasta Monte Horeb cada mañana para abrazar a todos esos niños de mirada profunda y sonrisa sincera.